viernes, 29 de noviembre de 2019

Que no te escriba, no significa que te haya olvidado,
tienes que saber que sigues siendo mi historia favorita, 
y sigo recordando tu forma de leer tus propios cuentos.
Recuerdo que a veces era la princesa de tus historias,
pero ahora me doy cuenta de que no existen aquellos castillos.

A veces no podía quedarme dormida si no estaba tu voz de fondo,
o un día no amanecía si es que no te veía escribiendo a las ocho.
Eras esa seguridad que quise tener eternamente,
pero ni mis días son tan eternos desde que los comparo con tu despedida. 

Y es que las salidas nunca fueron la mejor parte del plano. Aunque ya dejé de leer los mapas cuando me perdía, y creo que es lo que mejor sabía hacer. Perderme sin querer encontrar el camino de vuelta -no es que lo tuviera-, pero siempre quise sentir ese sabor entre mis dedos, esa libertad atrofiada que ya dejó de existir hace tiempo. 

Dependemos de tanto... de tanto sin quererlo. Lo más simple tiene precio y no somos nada sin eso.
Por eso quise huir. Más de mil veces.
Y ni entre mis mil palabras pude esconderme.
Al final la vida nos encuentra a todos, estemos listos o no.

Y no es que vivir me haga olvidarte... es que, al parecer, es lo único que queda por hacer.
Sumergirnos en una estela de caprichos, de palabras no dichas, de lágrimas escondidas entre libros que jamás terminé.
Supieras cuántos libros escribí sobre ti... y supieras cuántas páginas en blanco también dejé. Porque parece que ningún final nos pertenece. 

Por eso decidí hoy volverte a escribir. Para finalmente empezar de nuevo. Que de los finales se encarguen otros... ya tenemos muchos de esos.

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