Tenía unos ojos tan bonitos que usaba lentes para enmarcarlos. Y un corazón tan roto que usaba la música para sanarlo.
A veces ayudaba, otras veces, el silencio hacía lo suyo y los pensamientos la invadían colándose como viento entre los muros.
También escribía poesía, a veces canciones, y muchos libros que nunca terminaba. Con finales que no se atrevía a inventar, como si darles cierre fuera también una forma de despedida.
Y es que, ¿no se supone que los finales deben ser felices? Pero ¿cómo describir lo que nunca ha sentido? ¿Cómo terminar una historia que aún no ha vivido?
Aún así, todavía espera el momento perfecto para volver a empezar. Pero la vida, terca y sabia, le susurra que a veces basta con dar un paso, incluso sin certezas, incluso sin promesas.
Porque a veces el único camino es caminar con el alma rota y el corazón temblando.
Y es que muchas veces el alma se cose mientras sigues avanzando.
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